La saliva es uno de los tantos líquidos de nuestro cuerpo humano, con sus funciones y características específicas. Una de estas características es que su cantidad varía de acuerdo al momento del día: es menor durante la noche, de aquí la necesidad de muchas personas de tener que tomar agua por las noches, despertándose varias veces mientras se duerme.
Al día, se produce entre uno y dos litros de saliva -similar cantidad de orina- que se va empleando tanto para hidratar la boca como para formar el bolo alimenticio. Está compuesta en su 99 por ciento por agua, además de otras sustancias como hormonas -testosterona, cortisol y melatonina-, minerales como el calcio, electrolitos y compuestos antibacterianos.
Pero además, la saliva tiene células que se desprenden del revestimiento bucal, de aquí que se puedan tomar muestras del ADN de una persona a través de su saliva. Además, tiene restos de ARN -ácido ribonucleico- que permite el traslado de información genética del ADN.
Otra curiosidad es que la saliva no es toda la misma: sí, hay tres tipos, según se segregue de los tres pares de glándulas salivales.
Están las de las parótidas, ubicadas cerca de los dientes superiores, y cuya función es principalmente humedecer la comida cuando se mastica; las submandibulares, emplazadas debajo de la lengua y que protege la boca cuando no se está comiendo; y las sublinguales, en el piso de la boca y con función similar a la anterior.
Estas glándulas que tanto hacen por nosotros y por nuestra alimentación también pueden sufrir trastornos: uno de ellos es la sialorrea, que se presenta cuando hay una secreción excesiva de saliva. Otro es el cálculo de la glándula salival, una obstrucción en los conductos de las glándulas causada por minerales.
Finalmente, puede darse una inflamación de la glándula, que genera mucho dolor en la zona y, en ocasiones, pus. Este trastorno puede ser causado por una infección bacteriana que habrá que tratar de manera inmediata.
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